miércoles, 28 de mayo de 2008

Crisis de ansiedad

Ayer sufrí una crisis de ansiedad, de unas que me ocurren muy a menudo. Después de una amena conversación digestiva que comenzó con noticias amarillistas -destripados, asesinatos, imágenes horribles, y la respectiva crítica hacia el amarillismo mismo y hacia aquellos que son adictos a él-, pasando por historias personales sobre suicidios, drogas y adicciones, y decadencia humana en general, para aterrizar en un análisis general de la situación mundial y del país; sentí que comenzaban a sudarme las manos.

Nomás terminada la angustiosa conversa, mis interlocutores dispusieron que era momento de retirarse del recinto centresco... tuve el impulso de aprovechar el “jalón” e irme con ellos, pero cuando me levanté de la silla sentí un pequeño mareo acompañado del sudor de manos referido, síntomas que generalmente son el preludio de esos ataques de ansiedad...

De manera tal que me retracté de la decisión tomada –rariiisimo en mí-, para optar por tomarme un té de tilo y esperar a que pasara lo peor de la crisis antes de salir a las calles del centro histórico a hacer frente a la realidad recién analizada. En efecto fue lo mejor que pude haber hecho. Después de tomarme el tecito en espíritu contemplativo y de meditación niueichera, comencé a sentirme mejor y recobré un poco de fuerzas...

Me despedí de mi anfitrión y salí caminando apresuradamente como quien es perseguido por algún agente encubierto de la inteligencia (la pura paranoia provocada por la plática y por el consumo de hierbas alucinógenas), en busca de un lugar para protegerme de la calle y del resto de colegas de la especie humana.

Pasé por la oficina a enviarme un meil a mi mismo, con un archivo que se suponía iba a trabajar en casa para aliviar la culpa institucional por haber hecho capiusa desde el almuerzo (ya eran pasaditas las cuatro). Obviamente, ya en casa, nunca estuve pero ni cerca de abrir el correo, tuve otra de esas retracciones de decisiones tomadas, y me dispuse a ordenar para ver si la actividad misma y el ambiente ordenado me ayudaban a despejar un poco la cabeza, que a ese punto comenzaba a dolerme. Pues tampoco ordené nada, de hecho solo desordené más con el argumento de que era la mejor manera de comenzar la actividad ordenadora, y así se quedó.

Comenzó entonces la etapa de angustia, de no saber qué hacer para dejar de pensar un poco. No podía trabajar, ni ordenar, ni dormir, ni estar quieto ni nada. Rompí las promesa hecha horas antes de dejar de fumar de las hierbas esas por lo menos por lo que quedaba del día, pero tampoco sirvió de nada, la cosa fue de mal a peor. Incluso me decidí a pecar de nuevo con el tabaco pero me di cuenta de que no tenía ni uno... pensé en salir a comprar, pero el miedo al exterior se impuso sobre la necesidad de nicotina.

En algún momento del día había pensado en ir al eurocine – después de criticarme a mi mismo por llevar cuatro días de películas europeas gratuitas a tres cuadras de mi casa sin haber ido a ninguna-, pero esta vez, el miedo al exterior se impuso sobre la culpa cultural.

Buscando auxilio en internet me encontré con la responsable -en buena medida- de mi situación crónica de angustia y ansiedad (siempre hay algún o alguna responsable de todo lo que me pasa). Sin hacer el menor intento, me ayudó a alivianarme un poco. Me invitó a palidear mientras fuera necesario, animándome con el argumento de que al terminar la crisis me daría cuenta de lo corta que fue... eso me recordó un ejercicio que hice el fin de semana en un taller de creatividad, sobre la relatividad del tiempo... le comenté, y de ahí siguió fluyendo nuestra cyberconversación.

Después de una nutrida charla, bastante más light que la sostenida horas antes en vivo y en directo con la misma amiga esta, me di cuenta que estaba en el punto perfecto para echarme en cualquier lado y entregarme a los brazos de morfeo, antes de que los sentimientos angustiosos y ansiolíticos se dieran cuenta de que habían sido desplazados momentáneamente. Hora en Guatemala: 10:30 pm, tiempo de transición entre despierto y dormido: como diez minutos.

Después de ocho horas de sueño profundo (las reglamentarias), el horripilante y estruendoso sonido de la alarma de mi celular se activó, y se siguió activando cada nueve minutos durante la hora y media siguiente (cada vez conozco más gente con esa manía bizarra y masoquista). Salí de la cama con mucha dificultad y falta de convicción. Vi la hora y me pareció rarísimo haber dormido durante diez horas de manera tan profunda y seguir insatisfecho, tuve un regresón visuomental de lo que había soñado, pero no pude recordar casi nada.

Después del café matutino de rigor, tomé el valor para bañarme con agua fría –porque llevo dos meses viviendo sin más que una extensión que me mandan desde afuera de la casa, sin energía eléctrica propia y por ende, sin calentador- y comencé un día más frente al espejo, tratando de convencerme de las mismas cosas que me repito cada mañana: tengo que equilibrarme un poco, me vale madres lo que piensen los demás, ya no voy a fumar, tengo que ponerme al día con todo, etc., etc., etc...

miércoles, 21 de mayo de 2008

La sexta

La sexta avenida es, sin lugar a dudas, el lugar más ilustrativo de la vida urbana -real y verdadera- de la ciudad de Guatemala. Desde el parque central hasta el mercado de la dieciocho te encuentras con todo lo que se te pueda ocurrir: piratería, pacas, jugueterías, nueve noventa y nueves, boutiques, salones de belleza, casinos, restaurantes, charas, homeless, divas, divos, diva-divos, árabes, negros, indígenas, ladinos, chinos, tostadas, atoles, curiosidades, punks, rockeros, emos, la suerte, la mala suerte, dólares, artistas, cantinas, tienditas, zapaterías, mendigos, locos...

Unos días más amable que otros, la sexta siempre es una buena opción para evadir el tedio y el aburrimiento. Puedes ir a dar la vuelta solo o acompañado; vitrinear, caminar, conectar... no importa cuál sea la actividad exacta que se pretenda llevar a cabo, todas se conocen con el popular y conocido término de “sextear”, acuñado por los padres de quienes hoy andamos por los veintes y treintas (quienes dicen que en sus tiempos era de lo más fufuru... y por los vestigios que se esconden tras los changarros, se les cree...)

En medio de esta vorágine de personas, cosas, sucesos y cosas por suceder, se encuentra mi recién estrenado hogar. Un elevador y ocho pisos me separan de este fascinante mundo, que puede ser encantador, o bastante rudo y hostil, o todo al mismo tiempo... como Guatemala.

Esta es pues la razón por la que he bautizado así este blog... porque creo que de muchas maneras, la sexta es una alegoría de la vida misma: diversa, contradictoria, a veces amable y a veces hostil, nunca igual, siempre igual...