jueves, 3 de junio de 2010

a mi hermano

Desde que llegaste a este mundo me has hecho vivir la ternura y la dulzura en sus más bella expresión: tú. Siempre cuento cuando tenías unos cinco años y de pronto se armaban las campales entre la mama, Cecilia y yo… tú nos veías desde fuera con la mirada serena, hasta que se te empezaban a caer las lágrimas, y nos decías que no entendías porqué nos tratábamos de esa manera. No sé si tienes idea de lo que esa forma de ser tuya nos ayudó a crecer como seres humanos y como familia.

A pesar de ser una de las personas que más admiro y respeto, de una profunda sabiduría, me gustaría compartir contigo un par de cosas ahora que llegas al final de esta carrera. Cada vez que se cierra un círculo es como una carga que se suelta para que el globo vuele más alto, y si de algo te pueden servir algunos aprendizajes de mi viaje, pues que mejor.

La mama se encargó de no dejar que la vida se nos escurriera por la piel, despertó y pulió una sensibilidad que va más allá de la mera sensiblería… nos enseñó a ser humanos. Pero poder ver - como con la espada del augurio - “más allá de lo evidente” y dejarse tocar, no es así nomás. Si no se aprende a manejar, es fácil sentirse atrapado entre la incomprensión, la soledad, la angustia y demás fantasmas.

Yo por mucho tiempo traté de evadir, correteando entre mis vacíos, haciéndolos más grandes… no me di cuenta del daño que me hacía, hasta que me pegué de frente contra la pared. Ahí aprendí que es mejor vivir la felicidad entre la tristeza y la alegría, el dolor y el placer, la satisfacción y la frustración… sin buscar escapatorias.

Por todos los medios nos hacen creer que la plenitud depende de cosas que vienen de fuera: el amor ideal, el trabajo perfecto, los viajes, los objetos, etc., y así nos pasamos la vida esperando, esperando. Después de varios desencantos, por fin he terminado de entender que no existe ese algo maravilloso que nos asegura la felicidad eterna, eso maravilloso somos nosotros mismos. Es mejor entregarse como el regalo que somos para el universo, que seguir esperando de la vida… y misteriosamente, la ley de la reciprocidad hace de las suyas.

Un consejo que te doy es que hagas de la confianza tu presupuesto, no hay peor freno que el temor a salir lastimados de una aventura. Nunca podemos prever las acciones o las intenciones de los demás, a veces el golpe viene disfrazado de abrazo o viceversa. Solo nos queda confiar en nuestra intuición, o en nuestra capacidad para reponernos y levantarnos de cualquier caída. No hay mejor manera de vivir, que hacerlo sin miedo.

Rechaza cualquier tipo de etiqueta, al fin y al cabo el bien y el mal se mueven por todos lados, es inútil tratar de averiguar las proporciones. No existen “los fresas”, “los hippies”, “los de izquierda” ni “los de derecha”… al final solo existen los seres, más o menos humanos. A menudo las pantallas suelen ser muy engañosas. Afortunadamente tenemos la habilidad de sabernos rodear de seres maravillosos.

“Ser uno mismo” ya suena a pura retórica. También se vale ser tus varios mismos, en la medida en que seas feliz y hagas feliz a la gente que quieres. Yo lo que sé es que tienes un alma hermosa y una esencia libre de soberbia. No cualquiera puede ver y saber aprovechar tanta belleza, pero quien lo haga descubrirá un mundo nuevo y fantástico, mi querido Emiliano.

Y para terminar, te recuerdo que tu hogar está en la gente que te quiere. Podemos estar regados por el mundo, dejar de comunicarnos por largos tiempos, pero vivimos el uno en el otro, siempre estamos ahí. Eres mucho más que mi hermano.

Te dejo esta canción que no he podido dejar de escuchar en los últimos días…